lunes, 30 de mayo de 2011

Los Borgia - Primera Temporada

Mario Puzzo dijo en varias ocasiones que la familia conocida como los Borgia fue la primera que se podía considerar mafiosa con todas las de la ley. Por ello, cuando el canal Showtime, culpable de la fascinante Los Tudor, anunció que pensaban realizar una serie sobre este polémico papado con Jeremy Irons de protagonista y Neil Jordan (La extraña que hay en ti, Entrevista con el Vampiro, En compañía de lobos...) de director, escritor y productor, se me antojó imprescindible la propuesta, y más cuando vino acompañada de un sustancioso presupuesto. El trailer sacó de dudas a muchos y no fuimos pocos los que caímos en las redes de esta interesantísima serie histórica.

Un tanto culebronesca, con las típicas intrigas de "palacio" y demás, si en algo destaca Los Borgia con respecto a otras series del mismo estilo es por su material de origen. Al contrario que ocurre con la historia de Enrique VIII, la de Rodrigo Borgia es una trama mucho más intrincada, más variada e interesante, menos centrada en él y más en el resto de su familia. Esta vez tenemos a un Papa bastante amoral pero ingenioso y devoto con sus hijos, no así tanto con su mujer. O al menos es así como nos lo presentan en estos capítulos, como un hombre dispuesto a todo, libre de ataduras y con el lema de "el fin justifica los medios" siempre presente. No es el tipo que te gustaría tener ni como aliado ni como enemigo, ya que ni sus propios hijos son capaces de entender del todo sus intereses. Es honorable a su retorcida manera, un antihéroe que no resulta tan aberrante y taimado como debería parecernos gracias al contraste que ofrece al lado de reyes, obispos y nobles que acaban siendo peores que él. Incluso Della Rovere, el personaje más noble de esta temporada, acaba organizando carnicerías sin quererlo, con una inocencia que resulta más insultante que la determinación del propio Papa.

Al fin y al cabo, si hay algo que consigue que nos pongamos de parte de esta familia eso es la falta absoluta de falsedad en el desarrollo de la historia. Como en los buenos relatos de personajes ambiguos, en ningún momento pretenden hacernos creer que los actos de estos protagonistas son los adecuados, sino que simplemente nos presentan un entorno hostil en el que hay que sobrevivir cuando se pretende llegar a lo más alto y mantenerse. Ya que de otra manera resulta imposible ser alguien importante, si no es jugando con los mismos métodos de aquellos que ya están arriba.

Por lo demás, Los Borgia posee una factura técnica impecable (en serio, las mejores guerras de época se hayan podido ver en una serie), con unos actores a la altura, en los que destacan precisamente dos de los hermanos: César y Lucrecia Borgia. El primero por sus métodos poco ortodoxos y su relación con el implacable Micheletto y la segunda por su evolución, una de las más logradas que se han visto nunca por televisión. Y es que este par de actores consiguen hacer creíbles a sus personajes, consiguiendo que no parezcan los mismos cuando acaba la temporada. Especialmente la segunda, con la una actriz, Holliday Grainger, sencillamente arrebatadora, que enamora al espectador desde el primer momento en que aparece en pantalla, siendo una doncella virginal realmente inocente que jamás resulta absurda o ridícula. Todo al contrario, demuestra una fuerza y un carácter que llegan a ser superiores al del resto de su familia. Estos dos, por lo tanto, acaban tomando fuerza y protagonismo en una trama coral donde incluso el rey de Francia, interpretado por Michel Muller, resulta impredecible e inquietante a su manera.

Así pues, esta primera temporada convence de sobra, aunque quede algo coja por el final debido a unas enormes elipsis en donde todo transcurre demasiado deprisa, especialmente cierto detalle con respecto a Lucrecia que se resuelve de un plumazo. No es la obra maestra que Showtime pretende vendernos, pero sí algo más que digno, superior a los Tudor gracias a una ambientación, unos efectos especiales y un material de origen superiores. Imprescindibles para aquellos amantes del culebrón de época con conspiraciones de por medio. No defrauda.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Canción de Hielo y Fuego #3: Tormenta de Espadas

Lo más impresionante de la saga de George R. R. Martin: Canción de Hielo y Fuego, es la forma en que su escritor es capaz de dotar de vida todo un mundo completamente nuevo con sus propias reglas, su propia historia y sus costumbres. Es una acumulación realmente fascinante de emblemas, familias, tribus, razas y personajes, cada uno distinto al anterior. Dentro de cada uno de estos libros hay más de una historia, y todas ellas tienen algo que ver entre sí, ayudan a confeccionar todo un puzzle en el cual toda pieza es importante, sobre todo si tenemos en cuenta que jamás nada es lo que parece.

Al igual que el mundo real, "la Historia la escriben los vencedores". Los bardos de Canción de Hielo y Fuego cuentan sus historias con canciones a favor de aquel que se encuentra en la posición más ventajosa, para adularlos y agradarles por intereses propios, siendo al final el pueblo quien narra sus propias historias. Por ello, el lector se ve incapaz de emitir juicios de valor sobre un personaje u otro, ya que cada uno de ellos se encuentra en diferentes situaciones de difícil salida. Ni tampoco es fácil decantarse por una Casa u otra. En Poniente hay una guerra que amenaza con cambiar para siempre el status quo de los Siete Reinos, existen varios reyes que luchan por el control de la zona, buscando la derrota del adversario. Para ello vale todo: la traición, la conspiración e incluso el deshonor. Lo más interesante es que la sangre no corre solo en las grandes batallas, puede derramarse en grandes cantidades en los lugares y momentos más inesperados, y la lección es siempre la misma: no creas en las canciones. No seas Sansa. Da igual lo que diga la historia, siempre ganará el más osado y manipulador, nunca aquel que busque seguir las reglas y el honor. Ya lo dijeron: "en el juego de tronos solo se puede ganar o morir". Esa es la gran verdad de este crudo mundo, tan auténtico como el nuestro, pese a sus dragones y demás seres fantásticos.

Por tanto, ¿qué tenemos en esta tercera entrega? Lo que parece el epicentro de una gran guerra que va más allá de Poniente en la cual cualquier personaje puede morir, sin que esta sea la peor de sus suertes. De hecho, lo mejor que hace esta entrega es demostrarnos cómo la muerte puede ser el menor de todos nuestros problemas, definitivamente hay cosas mucho peores en esta vida, destinos bastante más terribles e infiernos que pueden llevarnos a la locura y a la mayor de las desesperaciones, cambiándonos para siempre. Lo vemos todo, como es costumbre en esta saga, a través de los ojos de varios personajes. Algunos secundarios tienen ahora capítulos propios y dan puntos de vista diferentes a los mostrados hasta el momento. Pero lo mejor es que, cada uno de ellos tiene su propia importancia y un interés mayúsculo, todo lo contrario que encontramos en la segunda entrega, Choque de Reyes, donde el lector podía llegar a desear saltarse un capítulo para ver qué ha sido del otro personaje que dejamos anteriormente. Esto no ocurre aquí, porque todos, a su manera, enganchan. Tanto que es fácil sufrir por cada uno de los partícipes de esta gran historia. Pero lo más sobresaliente, lo que resulta inigualable, es la forma en que empiezan a vislumbrarse hilos, marionetas y titiriteros. Algunos imprevisibles, sobre todo por la cantidad de "despistes" que nos han dejado en anteriores entrega.

No se me acaban los elogios con este gran libro, el más extenso pero el que he acabado antes que ninguno, pareciéndome el mejor de todos los mostrados en esta saga hasta el momento. Va a ser realmente difícil de superar.

martes, 3 de mayo de 2011

Thor, la adaptación de Branagh

Han sido tantas las adaptaciones de cómics de superhéroes que han pasado ya por la gran pantalla que nuestros niveles de exigencia y nuestras expectativas se han elevado de un modo que nunca imaginamos. Esto es mucho peor cuando nos encontramos ante un proyecto fílmico con un director y unos actores que prometían en exceso, como ha sido el caso del dios nórdico, cuya versión en cines ha caído en manos de Kenneth Branagh, un director muy apreciado, pese a no haber sido nunca un revienta-taquillas. No obstante, estamos hablando de alguien acostumbrado a adaptar relatos de Shakespeare, cual Orson Welles moderno (salvando las distancias, claro), por lo que todo el mundo lo encontraba acertadísimo para llevar a cabo las andanzas del hijo de Odín, portador de Mjolnir, el dios del trueno, que con tanta verborrea nos ha embelesado gracias a gran parte de los guionistas que han escrito sus historias en la editorial Marvel. Muchos nos mostramos expectantes con tal de ver un filme del género que resultara atípico y con personalidad. Debo decir que, en esto último, podemos quedar un tanto decepcionados.

Y es que nadie podrá decir que es el filme más personal de Branagh, su firma se ve indudablemente en las partes que transcurren en la ostentosísima (en ocasiones demasiado) Asgard, en donde los dioses tratan temas de gran relevancia, al menos los de mayor importancia: padre, hijo y ahijado; Odín, Thor y Loki respectivamente. El trío más importante e interesante de la historia, los que dirigen la trama principal. Pero el resto de las escenas del largometraje, especialmente las que transcurren en la Tierra, casi podrían estar dirigidas por un director cualquiera, especialmente alguna que otra batalla, pese a la solidez de lo rodado. Lo que más sorprende es que en una sola película se atrevan a trasladar a gran parte de los asgardianos, con cierto inesperado protagonismo, especialmente los cuatro compañeros de Thor: Hogun, Volstagg, Frandal y Lady Sif. Con Heimdall por otro lado, interpretado por un imponente Idris Elba, con el porte con el que ya nos tiene más que acostumbrados. Solo se echa un poco en falta a Balder el Bravo, pero la verdad es que más personajes habría sido excesivo, y más cuando todos tienen sus pequeños momentos de gloria en la pantalla. A destacar especialmente el simpático Frandal, cuyo arrojo y alegría en la batalla es de los que sorprenden. Una genial interpretación.

Sin embargo, Thor no queda tan redondo. Chris Hemsworth realiza un papel más que correcto, y tras verle con el Mjolnir realizando las piruetas características del personaje es difícil imaginar a otro interpretándolo. Es realmente el Christopher Reeve que necesitaba el dios nórdico del trueno, da el pego físicamente y posee más de un registro. El problema, por tanto, no está en el actor, sino más bien en el guión, ya que su historia con Jane Foster y su evolución quedan demasiado forzadas, como gran parte de lo que ocurre en la Tierra. En otras palabras, el guión es más que correcto, completísimo y con todos los elementos de Asgard que podríamos esperar en una adaptación de este calibre. Pero por desgracia naufraga a la hora de mostrar un desarrollo que nos haga creíbles tanto la relación del dios con la humana (una Natalie Portman desaprovechadísima), que queda muy forzada, como el paso hacia la humildad del vanidoso futuro gobernante de Asgard. No transcurre un tiempo que deje margen a una experiencia que deje mella en el protagonista, siendo esta la mayor lacra de esta película. Además, el tono constante de humor de comedieta americana en muchas de las escenas con los humanos llega a molestar, aunque en otras ocasiones funcione con cierta soltura.

Así pues, es una obra imperfecta que merece la pena ver solo por una cosa: Loki. Su intérprete, Tom Hiddleston, podría manejar él solo la película. De hecho, me atrevo a decir que en ocasiones llega a comerse la pantalla aún compartiéndola con un peso pesado del calibre de Anthony Hopkins, que tampoco lo hace nada mal como Odín. Se trata de uno de los mejores villanos del género que hemos podido ver en la gran pantalla. No es una exageración, pues se encuentra a un nivel muy similar al de Ian McKellen como Magneto en la trilogía de X-men, de unas características muy similares. Ambos no se consideran villanos a sí mismos, son víctimas de las circunstancias y de enormes desengaños, poseen ambición y no consideran más importantes los métodos que el resultado en sí. Se podría decir que son buenas personas forzadas a ser malvados porque las circunstancias los han hecho así. Pero es que además, Hiddleston otorga credibilidad a su personaje, no parece un villano cualquiera, no tiene gestos típicos ni se porta como si quisiera dominar el mundo. Es un hijo rechazado, un hombre inseguro que fue burlado constantemente por los suyos. Es un mentiroso de lengua pérfida cuyos actos, pese a ser engaños y manipulaciones, se pueden llegar a comprender. En resumen, Thor es una película interesante gracias a su antítesis. Lo cual no es poco.

Es una pena que, sin embargo, no sea todo lo redonda que pudo haber sido. Su CGI es demasiado cantoso, posee momentos demasiado cómicos o demasiado típicos y, sobre todo, falla en mitad del desarrollo pese a tener un enorme comienzo y un emocionante final. Menos mal que todo queda compensado con una historia que merece la pena, un villano genial y un diseño de producción sólido. No está a la altura de las mejores del género, pero se disfruta, que ya es más de lo que se puede decir de muchos largometrajes que pueden verse en nuestras carteleras.