Debo mencionar que no estoy nada acostumbrado a leer libros de más de 500 páginas. Nunca he tenido paciencia para aguantar tanto tiempo con un sólo libro, es un mal que estoy intentando curar ahora, primero con la trilogía de Escipión (cuyo primer libro es el que nos ocupa), la muy célebre saga de Canción de Hielo y Fuego y ya veremos si algún día logro darle una oportunidad a Los Pilares de la Tierra, que llevan en mi estantería desde hace ya casi dos años por lo menos.
Todo esto viene a cuento porque este libro, Africanus, pese a su extensión y mis prejuicios he podido acabarlo en menos de dos semanas. Esto se debe a que me ha resultado muy interesante y adictivo, aunque algo tiene que ver mi interés creciente por la historia de Roma, que tan fascinante me parece gracias a los tejemanejes de la familia de los Julios, que tan significativos fueron para el desarrollo de tan magno imperio. Pero esta primera entrega de la saga de los Escipiones es anterior a todo ello, narra las aventuras del joven Publio Cornelio Escipión, más conocido como "el africano", el azote de los cartagineses comandados por Aníbal que tan próximos estuvieron de dominar el territorio del imperio romano. Siempre es interesante ver cómo los romanos se parecen tanto en sociedad a nosotros mismos, con esa política repleta de hipocresía y puñaladas traperas, siempre con gobernadores capaces y otros más imbéciles que sólo buscan el beneficio personal por encima de todo y todos. Los debates de los cónsules y las decisiones que estos toman son, en mi opinión, uno de los mayores alicientes de este libro, que tan bien relata la vida cotidiana y política de esa ciudad y la de los países vecinos.
Sin embargo, no todo es tan magnífico, pese al rigor histórico, Posteguillo comete el error de ser quizá un tanto "hollywoodiense" a la hora de tratar a los personajes. Es decir, no cuela demasiado que los Escipiones y los Paulos, protagonistas de la novela, sean tan condenadamente buenos y ejemplares, mientras que Fabio Máximo, otro de los grandes cónsules de Roma en esa época, deja mucho que desear en cuanto a procedimientos e intenciones, muy villanesco en todo momento. Un poco más de objetividad entre ambos habría hecho de esta obra todo un ejemplo a seguir. Además, predomina demasiado el monólogo, muchos personajes relatan con pelos y señales todo lo que se les pasa por la cabeza. Por suerte, el escritor consigue mantenernos interesados gracias a que lo que cuenten nunca es tribial. Por otro lado, la obra se centra en exceso en unos pocos personajes pese a la gran cantidad que participó en los sucesos de las conquistas de Aníbal, lo que hace que se eche en falta un desarrollo un poco más coral, sobre todo para pulir la personalidad de algunos, que la mayoría son un tanto planos, siendo curiosamente Tito Macio el más redondo de todos en este aspecto, aún siendo protagonista de una subtrama poco ligada a las conquistas que, sin embargo, acaba siendo la más emocionante gracias al detalle con el que se explican los difíciles inicios del teatro romano.
Pero no querría acabar esta crítica, que tan descompensada me está quedando, sin sacar a relucir lo más sobresaliente de esta obra: las batallas. Colosales, magníficamente relatadas, inspiradísimas y muy descriptivas, sin ser jamás aburridas. De hecho, las batallas contra las fortalezas más famosas de Hispania de esa época están contadas de una forma inmejorable. Tanto la de Sagunto como la de Cartago Nova son bestiales, no sólo por lo emocionantes que resultan en cuanto al miedo y a la valentía que muestran los personajes, sino por las estrategias de las que se hacen gala, que la mayoría, si no eres historiador, no se ven venir. Decir que es lo mejor de la novela es quedarse corto.
Así pues, el primer contacto con esta trilogía de libros aprueba con nota. Ojalá esos fallos, que tampoco es que afecten demasiado en la lectura, vayan reduciéndose en las siguientes novelas para poder decir que estamos ante unos libros imprescindibles. Por el momento, me conformo con recomendarlos a todos aquellos que gusten de la historia de Roma. No os arrepentiréis si ese es vuestro caso.
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