Lo primero que se le pasa a uno por la cabeza tras leer la premisa de este cómic es “¿cómo es posible que hayan tardado tanto en realizar una historia como esta en ningún medio?”. Y mira que en el cine y en la literatura hemos visto montones de relatos costumbristas sobre la difícil época del franquismo en España, pero ninguna dirigida hacia los dibujantes de historietas (infantiles y juveniles) que hemos tenido en este país, pese al juego que dan sus personalidades y las que fueron sus condiciones de trabajo. No ha sido hasta el año pasado que se pusieron de acuerdo tanto el cómic como el cine para reflejar el día a día en la editorial Bruguera, el primero con este tomo que nos ocupa y el segundo con El Gran Vázquez de Óscar Aibar. Las comparaciones son odiosas, y más en este caso, ya que es inevitable buscar paralelismos entre ambas obras, tan cercanas tanto en el tiempo como en sus intenciones.
No deja de ser curioso que esta vez un medio tan caricaturesco y normalmente considerado infantil como es el cómic haya sido el más detallista, crudo y sincero a la hora de reflejar la época que nos ocupa. Hablamos de finales de la década de los cincuenta en España, son otros tiempos, los que están al poder permanecen en él sin que nadie pueda sustituirlos durante un largo periodo. No existe la competitividad leal y para salir adelante lo que hay que hacer es trabajar y resignarse, no hay más. O al menos esa es la impresión que nos deja seguir a estos dibujantes que regresan de la difícil tarea de lanzar una revista de cómic juvenil por su cuenta. La revista Tío Vivo fue un fracaso debido a diferentes factores y se ven obligados a regresar a la editorial que los hizo famosos: Bruguera, aunque sea en esas condiciones de trabajo tan lamentables, especialmente si se comparan con las de hoy en día.
No es una historia sencilla, el autor firma un relato realmente descorazonador, de esperanzas rotas e ilusiones desvanecidas. Todo con un cariño hacia lo que se cuenta realmente notorio, que se aprecia con facilidad en cada una de las viñetas que conforman el tomo. Especialmente sorprendente es el gusto por el detalle, la aparente facilidad con la que el dibujante y escritor nos traslada a aquellos años, con esos diálogos tan naturales, esos momentos supuestamente banales que lejos de despistar logran que sintamos empatía por unos personajes que resultan reales y cercanos. Destacan sobre todo Mora, Escobar, Vázquez y, sorprendentemente, Rafael González, el redactor de la editorial, con un trabajo tan poco agradable como parco en agradecimientos. Sólo los hermanos Bruguera se sentían cómodos con este currante, y así lo refleja adecuadamente el autor, sin maniqueísmo alguno, lo cual otorga cierta veracidad a lo que se cuenta.
Todo con un dibujo que parece a medio camino entre el mejor Hergé posible y Mazzuchelli, el primero por el trazo limpio y claro del autor, y el otro por la puesta en escena y la asombrosa ambientación. Pero lo mejor del tomo es la documentación, se nota que Paco Roca hizo sus deberes antes de ponerse a trabajar. En todo momento se aporta información, aunque sea con situaciones que no parezcan tener mucha importancia. Sutilidad y gusto por el más mínimo detalle, ese es el secreto, y no uno muy fácil de ejecutar. Además, la historia está partida en diferentes épocas en las cuales hay un cambio de color en las páginas de esta edición, para transmitir mejor las diferencias entre una estación y otra. Otro detalle artístico que no debería pasarse por alto. Esto fue una gran idea, ya que de haberla desarrollado de forma lineal quizá habría perdido algo de interés, pues todos sabemos qué fue lo que pasó con el grupo de dibujantes que se arriesgó a competir con la invencible Bruguera.
Entonces, ¿estamos ante una obra maestra? No, ya que al tratarse de un relato basado en hechos reales, el autor decidió no inventar demasiado, siendo siempre consecuente con las anécdotas que utilizó para confeccionar la historia. Digo esto porque hay momentos en los que existe cierta frialdad en la narración, como si se presenciara todo desde una vista de pájaro. O quizá, al ser una obra demasiado coral, no termina de brillar todo lo que podría. Pero lo cierto es que todo esto son apreciaciones un tanto quisquillosas, producidas por el recuerdo del mucho más emocionante Arrugas, uno de los trabajos anteriores del autor.
En todo caso, estamos ante un cómic que cumple con creces su cometido, realizado con mimo y mucha elegancia. Si tuviera que comparar esta obra con El Gran Vázquez, me quedaría sin duda con la aportación de Paco Roca a la historia de esta época. Bastante más fidedigna y, desde luego, más interesante, seria y redonda. No me cabe duda de que si alguno de los fundadores de Tío Vivo estuviera vivo ahora, estaría muy agradecido por esta mirada al pasado.
P.D. La mayor queja se la lleva la editorial, por escoger un papel tan poco agradecido con la impresión (apenas se ve con claridad el dibujo o el color) y por mostrar algunas páginas pixeladas, con poca resolución. Os aconsejo esperar a una reedición que arregle estos desaguisados.
2 comentarios:
Editoriales, como siempre... xD Por cierto, que fue tremendo para mí oír hablar de este cómic en concreto (y que, por alguna extraña razón, algo me decía que debía leerlo), y que justo hace poco una amiga me lo prestó junto con otros dos libros...y ver aquí publicado tu artículo al respecto. Ya te contaré qué me parece, y tomo nota de El Gran Vázquez, jeje. Un saludo, y suerte con todo! ;)
Te tengo que tirar de las orejas, y quizá a la vez darte una alegría. Existe, claro que existe un cómic contando este tipo de cosas. Y de 1982, nada menos. Se trata de "Los Profesionales", del genial Carlos Giménez. Ahí te dejo el enlace:
http://www.carlosgimenez.com/obra/profesionales.htm
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