En la primera temporada hablé de la mitología que existe alrededor de la mafia italoamericana y de cómo debía la familia Soprano competir con otras más populares reflejadas con sobriedad y elegancia por directores como Scorsese o Coppola en la gran pantalla. En la segunda destacaba ante todo la llegada de nuevos secundarios que hicieron tambalear el status quo levemente, reafirmando el tono costumbrista y sórdido de la serie, demostrando que pertenecer a la familia no es garantía de inmunidad. Esto se concreta aún más en una tercera temporada donde destaca sobre todo la hipocresía de los adultos, siempre dispuestos a criticar y juzgar a sus semejantes por mucho que ellos cometan los mismos errores sin justificación alguna. En la cuarta, y anterior a esta que nos ocupa, lo que parecía inalterable de repente se resquebraja. Los cimientos de la familia de Tony están deteriorados, en parte por su comportamiento, en parte porque el mundo exterior es demasiado hostil como para bajar la guardia. Todos estos elementos, en realidad, pueden verse en todas las temporadas, solo que en mayor o menor medida. Como también ha sido habitual mostrar el desencanto de ser el jefe de la mafia, tema que no había brillado con tanta fuerza como en esta ocasión. Resulta muy significativo que Carmela Soprano, en sus citas cinéfilas con sus amigas, ponga en vídeo una película como Ciudadano Kane.
Esa sería la idea principal, comprobar cómo ser el jefe absoluto de una mafia poderosa de la ciudad no te hace necesariamente feliz. Tony lo tiene todo, y lo ha llevado bastante bien hasta ahora. Incluso parece que todo va a mejorar, con la llegada de Tony Blundetto (interpretado por el más que convincente Steve Buscemi), su primo hermano más querido, que resulta enormemente significativo para el desarrollo de la trama. Y es que la serie tiene una estructura sutil, pero muy curiosa: suele comenzar las temporadas con algún nuevo mafioso que estaba desaparecido para tratar algún tema interesante relacionado con él y mover un poco las fichas del tablero. En la segunda fue Richie y su comportamiento con respecto a las viejas costumbres, en la tercera tuvimos a Jackie Jr. como el joven que quiso hacerse un hueco en los negocios sin conseguirlo, y en la cuarta, aunque apareció antes, fue Ralph Cifaretto quien tuvo la voz cantante. Uno diría que una fórmula como esta sería algo repetitiva, pero está tan bien aprovechada que nunca deja de sorprender. Además, la forma en que Blundetto se integra en lo más profundo del intrincado mundo, tanto personal como en cuestiones de negocios, de Tony Soprano es realmente sobresaliente, aportando matices nunca vistos y descubriendo nuevas revelaciones respecto a su compleja personalidad.
Nunca un secundario ha parecido estar siempre ahí de la manera en que lo hace el genialísimo personaje de Buscemi. Cuando dije que el de Joe Pantoliano parecía dar esa misma impresión, no era consciente de lo muy pequeño que se quedaría en este aspecto comparado con el recién aparecido familiar de Tony. No es solo que Buscemi haga un papel excelente, no es que tenga una personalidad interesante y especial, es que él solo podría llevar todo el protagonismo sin problemas. Así de rompedor resulta Blundetto, sin él simplemente no habría habido una temporada como esta, con más problemas que nunca tanto en los conflictos familiares como en los negocios, con un Johnny Sack más implacable que nunca. Lo que nos lleva de nuevo al tema principal: el desencanto de ser el jefe de una mafia poderosa. El patriarca de los Soprano está experimentado el peor momento de su vida, y pese a todo hay ramalazos de felicidad que resultan demasiado breves. Ese contraste hace que el espectador se alegre cuando los personajes de la familia lo hacen y se apene aún más cuando ocurre lo peor. La implicación emocional es mayor, lo cual resulta muy curioso cuando tenemos en cuenta que son todos una panda de asesinos sin escrúpulos que matarían incluso a sus mejores amigos si el jefe así lo pide. Pero desde el principio, ha sido esa la mayor virtud de Los Soprano, solo que en esta temporada es más evidente que nunca.
Una temporada simplemente brillante. Una obra maestra en 13 episodios que cuentan más de lo que parece a simple vista y no aburren en absoluto. Es sorprendente cómo consiguen que lo de siempre parezca nuevo y que lo nuevo parezca viejo. Costumbrista, cruda, deprimente, interesante... y un perfecto retrato de lo que debe ser realmente la mafia italoamericana. Irrepetible.
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