"Bruno se acercó al punto, que luego era una manchita que pasó a ser un borrón, que se transformó en una figura que acabó siendo un niño con un pijama de rayas."
Reconozcámoslo, estamos hartos de historias sobre la dichosa Segunda Guerra Mundial. Que si el Holocausto por aquí, que si los Nazis por allá, que si la Lista de Schlinder, que si el Pianista, que si La Vida es Bella, que si Maus, que si... En fin, hay infinidad de historias sobre una de las guerras más sufridas del siglo pasado, tanto en el cine como en los libros o, incluso, en los cómics. Por ello, cuando supe de la existencia del libro llamado: El niño con el pijama de rayas, no pude reprimir un pequeño bostezo.
Ahora que me lo he leído, creo que merecéis saber si seguí bostezando a medida que avanzaba en la lectura o, por el contrario, estuve muy interesado.
A decir verdad, el libro engancha como pocos, por la sencillez y el modo de contar las cosas. Si hay algo que nos une a todos, aparte de la muerte, es el hecho de que hemos sido alguna vez niños. Hemos tenido inocencia incluso en los momentos más duros, aunque fuera sólo por unos años, algunos más que otros. Esa inocencia, una vez perdida, nos resulta maravillosa en cuanto la vemos en otra persona. Nos produce cierta gracia, cierta ternura, cierta nostalgia. En otras palabras, nos resulta agradable, pues muchas veces la inocencia es sinónimo de bondad, en el sentido de que con ella es difícil tener graves prejuicios sobre algo y, muchas veces, la sencillez con la que se miran las cosas es increíblemente lógica y coherente.
En otras palabras, Bruno, el protagonista de esta historia, está escrito con toda la inocencia que puede tener un niño de nueve años. Aunque se trate de una narración en tercera persona, el autor se preocupa por expresarnos todas las inquietudes y pensamientos de un niño de esa edad. Y eso es maravilloso, porque no sólo nos metemos en la mente de Bruno, sintiéndonos como cuando la política nos resultaba un tema muy complejo para adultos, sino que nos traslada su ignorancia por la época y el lugar que le tocó vivir, ahí, al lado de Auschwitz, al lado de los mismísimos judíos. Rodeado de nazis, eso no le impidió estrechar lazos con Shmuel, un niño judío que sólo podía ver al otro lado de la alambrada.
En fin, una fábula fantástica de la que no me atrevo a contar nada más. Se lee rápido, es agradable y no la sueltas hasta que la acabas. Muchas veces la maravilla se encuentra en la aparente sencillez, y aunque sea un relato que sucede en la Segunda Guerra Mundial, trata el tema de una manera diferente, a vista de pájaro. Muy recomendable.
Saludos.
Reconozcámoslo, estamos hartos de historias sobre la dichosa Segunda Guerra Mundial. Que si el Holocausto por aquí, que si los Nazis por allá, que si la Lista de Schlinder, que si el Pianista, que si La Vida es Bella, que si Maus, que si... En fin, hay infinidad de historias sobre una de las guerras más sufridas del siglo pasado, tanto en el cine como en los libros o, incluso, en los cómics. Por ello, cuando supe de la existencia del libro llamado: El niño con el pijama de rayas, no pude reprimir un pequeño bostezo.
Ahora que me lo he leído, creo que merecéis saber si seguí bostezando a medida que avanzaba en la lectura o, por el contrario, estuve muy interesado.
A decir verdad, el libro engancha como pocos, por la sencillez y el modo de contar las cosas. Si hay algo que nos une a todos, aparte de la muerte, es el hecho de que hemos sido alguna vez niños. Hemos tenido inocencia incluso en los momentos más duros, aunque fuera sólo por unos años, algunos más que otros. Esa inocencia, una vez perdida, nos resulta maravillosa en cuanto la vemos en otra persona. Nos produce cierta gracia, cierta ternura, cierta nostalgia. En otras palabras, nos resulta agradable, pues muchas veces la inocencia es sinónimo de bondad, en el sentido de que con ella es difícil tener graves prejuicios sobre algo y, muchas veces, la sencillez con la que se miran las cosas es increíblemente lógica y coherente.
En otras palabras, Bruno, el protagonista de esta historia, está escrito con toda la inocencia que puede tener un niño de nueve años. Aunque se trate de una narración en tercera persona, el autor se preocupa por expresarnos todas las inquietudes y pensamientos de un niño de esa edad. Y eso es maravilloso, porque no sólo nos metemos en la mente de Bruno, sintiéndonos como cuando la política nos resultaba un tema muy complejo para adultos, sino que nos traslada su ignorancia por la época y el lugar que le tocó vivir, ahí, al lado de Auschwitz, al lado de los mismísimos judíos. Rodeado de nazis, eso no le impidió estrechar lazos con Shmuel, un niño judío que sólo podía ver al otro lado de la alambrada.
En fin, una fábula fantástica de la que no me atrevo a contar nada más. Se lee rápido, es agradable y no la sueltas hasta que la acabas. Muchas veces la maravilla se encuentra en la aparente sencillez, y aunque sea un relato que sucede en la Segunda Guerra Mundial, trata el tema de una manera diferente, a vista de pájaro. Muy recomendable.
Saludos.
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